Historia del judaísmo

Según el relato bíblico, Dios, a cambio de su fe, prometió a Abraham la tierra de Canaán, futura tierra de Israel, y una progenie numerosa. Así comienza la historia del judaísmo, una religión que aglutina a cerca de trece millones de fieles en la actualidad. La historia de los judíos en la antigüedad comienza con su desplazamiento desde Ur -en Caldea, a orillas del Golfo Pérsico-, a la Tierra Prometida, en la que se establecen a partir del siglo XIX a.C.

Siguiendo con la Biblia, el nieto de Abraham, Jacob, a quien Dios otorgó un nuevo nombre, Israel, se trasladó a Egipto con sus hijos y sus familias huyendo de la hambruna. Sus descendientes fueron esclavizados, hasta que Dios los liberó y, guiados por Moisés, abandonaron Egipto, acontecimiento conocido como el Éxodo. Al llegar al Monte Sinaí, los judíos hicieron un pacto eterno con Dios, quien entregó a Moisés las Tablas de la Ley.

Hacia el año 1200, de nuevo en Canaán, los israelitas se encuentran divididos en doce tribus. La llegada de los filisteos y la presión de los amonitas hace que las tribus se unan en torno a una monarquía, siendo Saúl su primer rey. Con David, los reinos de Judá e Israel se unen, y el territorio inicial judío se ensancha con nuevas conquistas, entre ellas la de Jerusalén, convertida en capital. Salomón, su sucesor, será un monarca valorado por su sabiduría y por el establecimiento de relaciones con lejanos reinos, como el de Saba.

A la muerte de Salomón el reino se divide en dos estados rivales: Israel, en el norte, y Judá, en el sur. En el año 722 a.C. Israel será destruido por los asirios. Lo mismo sucederá con Judá en el 586 a.C., asolada por Nabucodonosor, quien destruirá el gran templo de Jerusalén y deportará a Babilonia a los miembros de las clases altas. Las siguientes dos centurias corresponden a la dominación persa, una época de cierta tranquilidad.

La paz termina cuando Alejandro Magno conquista Palestina en el año 333 a.C. Sus sucesores continuaron su política de helenización, imponiendo la cultura griega en sus dominios. Sin embargo, las luchas internas permitirán la entrada de Roma, a partir del año 63 a.C. Al principio, los romanos gobernaron a través de una dinastía judía fundada por Herodes el Grande. Este gobernante se encargará de culminar la reconstrucción del gran Templo de Jerusalén, casi doblando su tamaño y añadiendo nueva y lujosa ornamentación.

En los primeros años de la Era Cristiana, los gobernadores romanos se enfrentaron a frecuentes rebeliones judías, aplastadas a sangre y fuego. En la fortaleza de Massada, en el año 73 d.C., casi mil hombres, mujeres y niños se suicidaron para no rendirse a la X Legión Extranjera Romana. La campaña de Adriano, seis décadas después, acabó con las últimas resistencias. Jerusalén y el Templo fueron arrasados, y se prohibió a los hebreos vivir en su territorio. Comenzó así la Diáspora de los judíos fuera de la Tierra Prometida.

La Diáspora o dispersión, continuada durante siglos, extendió el judaísmo por todos los rincones del mundo, creando sinagogas y escuelas judáicas. En Europa, los judíos encontraron acomodo como comerciantes o prestamistas, pues la usura estaba prohibida para los cristianos. Masacres y expulsiones fueron frecuentes, y los judíos fueron acusados de desastres naturales como la mortífera peste negra de 1348. Bajo el islam, la situación de los hebreos también fue precaria, aunque en tiempos de tolerancia florecieron como médicos, mercaderes o científicos. En España, en algunos momentos de la Edad Media coexistieron pacíficamente las tres religiones. La sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo, es una de las mejores muestras de la herencia judía.

El antisemitismo, el odio hacia los judíos, tuvo su punto culminante en el Holocausto nazi. Entre 1941 y 1945, fueron asesinados dos tercios de los judíos de toda Europa. Pero las aspiraciones hebreas no acabaron con este desastre sin precedentes. Un movimiento judío, el sionismo, propugnaba el regreso a su antigua patria en Palestina. Finalmente, en 1948 sus deseos cristalizaron con la creación en Palestina del estado de Israel. Desgraciadamente, si por un lado se ponía fin a 1900 años de privación de derechos para los judíos, por otro, pese a los repetidos intentos por lograr la paz, se iniciaba un conflicto aún no solucionado entre árabes e israelíes.

La palabra judaísmo define el conjunto de normas y tradiciones religiosas del pueblo judío. Como religión, el judaísmo integra tres elementos esenciales: Dios, la Torá e Israel. Dios, o Yahvé, estableció una alianza con un pueblo, el de los judíos o Israel, para que éste extendiera su fe. A cambio de la preocupación de Dios por Israel, los judíos tienen la obligación de cumplir las enseñanzas divinas o Torá.

La Torá comprende los cinco primeros libros de la Biblia o Pentateuco. En ellos se recogen los relatos sobre el origen del mundo, los antepasados de Israel, la esclavitud en Egipto y su liberación, la recepción de los mandamientos en el Monte Sinaí y su travesía por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. El judaísmo no reconoce la divinidad de Jesucristo, al que sólo admite como profeta. Por ello, la Biblia es únicamente el Antiguo Testamento de los cristianos.

La vida cotidiana de las poblaciones está regida por diversos preceptos religiosos. El Sabbath, el día de descanso semanal, es un día festivo en el que está prohibido realizar cualquier actividad que no sea la oración y el reposo. La cocina kosher es la elaborada de acuerdo con las normas religiosas, prohibiendo el consumo de animales considerados impuros, como el cerdo. La circuncisión, a los ocho días de vida, permite a los varones entrar en la comunidad judía y participar de su alianza con Dios. La madurez religiosa de los muchachos se celebra mediante la ceremonia del bar mitzvah, en la que un chico de trece años lee por primera vez un fragmento de la Torá.

La fiesta familiar más importante es la Pascua, que conmemora el Éxodo de Egipto. Celebrada con una abundante comida ritual, en ella se recita la Hagadá, la historia del Éxodo. Muy importantes son también el Yom Kippur -Día de Arrepentimiento o expiación- y la fiesta de Hannukah -Reconsagración-. En ésta última, el acto principal es el encendido de las velas de una pequeña lámpara que recuerda el candelabro de los siete brazos del Templo de Jerusalén.

Actualmente, el mundo judío se divide en tres movimientos principales: el reformista, el conservador y el ortodoxo, citados de menor a mayor grado de apertura. Con todo, pese a la existencia de conflictos internos y tensiones entre Israel y las comunidades de la Diáspora, es posible concluir que el judaísmo es en su conjunto una de las religiones más dinámicas y trascendentes de la actualidad.

por ArteHistoria

Visión del cambio de vestiduras de Josué (Zacarías 3:1-5)

Luego el Señor me mostró en una visión a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie en presencia del ángel del Señor. Al lado derecho de Josué estaba el ángel acusador, que se disponía a acusarle. Entonces el ángel del Señor dijo al ángel acusador: “¡Que el Señor te reprenda! ¡Que el Señor, que ama a Jerusalén, te reprenda! Pues este hombre es como un carbón encendido sacado de entre las brasas.” Josué, vestido con ropas muy sucias, permanecía de pie en presencia del ángel del Señor. Entonces el ángel ordenó a sus ayudantes que quitaran a Josué aquellas ropas sucias, y luego le dijo: “Mira, esto significa que te he quitado tus pecados. ¡Ahora haré que te vistan de fiesta!” En seguida ordenó a sus ayudantes que pusieran a Josué un turbante limpio en la cabeza. Ellos se lo pusieron, y después le vistieron con ropas de fiesta. Mientras tanto, el ángel permanecía de pie. (Zacarías 3:1-5)

Biblia Versión Dios Habla Hoy: Española

El Profeta Zacarías

El ángel, en una visión, le muestra a Zacarías al sumo sacerdote Josué. La culpa y la corrupción son grandes desalientos cuando estamos ante Dios. Por la culpa de los pecados cometidos por nosotros, estamos expuestos a la justicia de Dios; por el poder del pecado que habita en nosotros, somos aborrecibles para la santidad de Dios. Hasta el Israel de Dios peligra en estas cuentas, pero ellos tienen socorro de Jesucristo, que es hecho por Dios nuestra justicia y santificación.

El sumo sacerdote Josué es acusado como delincuente, pero es justificado. Cuando estamos ante Dios para ministrar o cuando defendemos a Dios, debemos esperar toda la resistencia que pueden dar la sutileza y malicia de Satanás, el cual está controlado por Uno que lo venció y muchas veces lo hizo callar. Los que pertenecen a Cristo lo encontrarán para comparecer por ellos cuando Satanás se manifiesta más fuertemente contra ellos. Un alma convertida es un tizón sacado del fuego por un milagro de la gracia gratuita, por tanto no será dejada como presa de Satanás.

Se muestra a Josué como uno contaminado, pero ha sido purificado; él representa al Israel de Dios, que son todos como cosa inmunda hasta que son lavados y santificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. Ahora Israel estaba libre de la idolatría, pero había muchas cosas malas en ellos. Había enemigos espirituales haciendo la guerra contra ellos, más peligroso que cualquiera de las naciones vecinas.

Cristo aborreció la inmundicia de las ropas de Josué, pero no lo desechó. Así hace Dios por su gracia con los que ha escogido para que sean sacerdotes para Él. La culpa del pecado es quitada por la misericordia que perdona, y su poder es roto por la gracia que renueva. Así Cristo lava en su sangre de sus pecados a los que hace reyes y sacerdotes para nuestro Dios. Aquellos a quienes Cristo hace sacerdotes espirituales, los viste con la túnica inmaculada de su justicia, y vestidos de ella comparecen ante Dios, y con las gracias de su Espíritu que son sus adornos. La justicia de los santos, imputada e implantada, es el lino fino, limpio y blanco, con que se atavía la desposada, la esposa del Cordero, Apocalipsis xix, 8. Josué es restaurado a los honores y cometidos anteriores. Le es puesta la corona del sacerdocio. Cuando el Señor determina restaurar y revivir la religión, estimula a los profetas y al pueblo para que oren por ella.

Comentario de la Biblia Matthew Henry

La Biblia como conjunto

La Biblia es una colección; podemos hablar en verdad de una biblioteca, en la que el AT representa la selección de libros sagrados del antiguo Israel y el NT, la selección de los libros sagrados de la iglesia primitiva. El lapso temporal entre Abrahán y Jesús cubre al menos 1.700 años (quizás más de 2.000). El vocablo «hebreos» describe a menudo a los personajes anteriores a Moisés y al Sinaí. «Israel» es un término apropiado para la confederación de tribus que surge después del Sinaí y se transforma en un reino en Canaán/Palestina. (Después de la muerte de Salomón [hacia el 920 a.c.] «Judá» fue el reino del sur con capital en Jerusalén, e «Israel» fue el reino del norte, con capital en Samaría.) «Judíos» (relacionados etimológicamente con Judá), es un término apropiado para después de la conclusión de la cautividad en Babilonia y la extensión del gobierno persa hasta Judá (siglo VI a.e.). Con más precisión, el «judaísmo primitivo» o el «judaísmo del Segundo Templo» designan el período desde la reconstrucción del templo de Jerusalén tras el retorno de la cautividad (520-515 a.e.) hasta su destrucción por Roma (70 d.e.), período en cuya parte final vivió Jesús. Los libros que componen el AT fueron compuestos entre el 1000 y el 100 a.e. pasado). La alternativa frecuentemente propuesta, «Biblia hebrea» o «Escrituras hebreas», es problemática por una serie de razones:

1) La designación «hebrea» puede entenderse como perteneciente a los hebreos como pueblo (ef. supra) más que a la lengua hebrea.

2) Partes de Esdras y Daniel, aceptadas como Escrituras canónicas tanto por judíos o cristianos, están compuestas en arameo, no en hebreo.

3) Siete libros del canon bíblico aceptado por los católicos y algunos otros cristianos se han conservado total o casi totalmente en griego, no en hebreo.

4) Durante mucho tiempo en la historia del cristianismo la Biblia griega fue utilizada en la Iglesia más que las Escrituras en hebreo.

5) La norma durante siglos en la iglesia occidental fue la Vulgata latina, no las Escrituras hebreas.

6) El término «Escrituras hebreas» concede la autonomía (y probablemente está pensado para eso) a los libros así designados, mientras que «Antiguo Testamento» implica una relación con el «Nuevo».

Aunque los judíos de la época de Jesús poseían ya la noción de escritos sagrados fijos en dos partes, la «Ley» y los «Profetas», no existía unanimidad hasta el momento sobre qué libros integraban los «Escrítos». Algunas obras, como los Salmos, fueron aceptadas tempranamente como parte de esta categoría (cf. Lc 24,44), pero un consenso general entre la mayoría de los judíos que fijara el contenido de las Sagradas Escrituras sólo se dio durante el siglo II d.C. Todos los libros aceptados como canónicos en ese momento se habían conservado en hebreo o arameo. Desde los testimonios más antiguos, sin embargo, y puesto que se predicaba a Jesús en griego, los cristianos tendieron a citar las Escrituras judías en su traducción griega, en especial la versión llamada de los «Setenta» (Septuaginta, LXX). Esta costumbre tradicional, derivada de los judíos alejandrinos, consideraba sagrados no sólo los libros consignados:

1) La «Ley» hace referencia a los cinco primeros libros del AT (el Pentateuco).

2) Los «Profetas» designan a josué, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, Isaías, jeremías, Ezequiel y a los Doce Profetas Menores.

3) Finalmente, los «Escritos» incluyen a los Salmos, Proverbios, job, Cantar de los cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés (Qohelet), Ester, Daniel, Esdras, Nehemías y 1-2 Crónicas, sino también algunos otros que habían sido compuestos en griego (por ejemplo la Sabiduría de Salomón) o conservados en esta lengua (incluso aunque originalmente hubieran sido redactados en hebreo o arameo, por ejemplo 1 Macabeos, Tobías, Eclesiástico (ben Sirac, o «Sirácida»).

Tomar como guía a los LXX significó que las iglesias latina, griega y orientales aceptaran como canónico un AT más amplio que la colección de Escrituras admitida como tal entre los judios del período rabínico. Muchos siglos más tarde en la iglesia occidental algunos reformadores protestantes optaron por considerar normativo sólo el canon judío, más breve, pero la iglesia católica en el Concilio de Tremo reconoció como canónicos siete libros más que habían sido usados durante siglos en la vida de la Iglesia (Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico [Sirac], Baruc y algunas partes suplementarias de Ester y Daniel), libros conocidos como «apócrifos» en las Biblias protestantes y como «deuterocanónicos» en el lenguaje católic0. Todos estos libros se compusieron antes de la época de Jesús, y probablemente algunos de ellos eran usados y citados por los autores del NT. De acuerdo con estos presupuestos, sería deseable tener una cierta familiaridad con estos escritos, sean o no Escrituras sagradas en la tradición de cada uno. Es muy recomendable tener una Biblia que los contenga.

Hay que indicar que la lista protestante de los «Apócrifos» contiene a veces libros (1 y 2 Esdras, Oración de Manasés, 3 y 4 Macabeos, Salmo 151) que no son considerados deuterocanónicos por los católicos. Por ejemplo, Jn 6,35 parece ser un eco de Eclo 24,21. Citar esos libros no significaba necesariamente colocarlos al mismo nivel que la Ley y los Profetas. También aparecen citados en el NT libros no considerados canónicos por judíos, protestantes o católicos: d. Cap. 35 sobre la Epístola de Judas.

Del libro “Introducción al Nuevo Testamento” de Raymond E. Brown

¿Cuál es la mejor traducción española de la Biblia?

Como respuesta global, se debe juzgar la traducción más apropiada a partir de los propósitos de lectura de cada uno. La liturgia pública tiene por lo general un tono más solemne; por ello, las traducciones muy coloquiales de la Biblia pueden no ser apropiadas para ese contexto. La lectura privada, por otra parte, con el propósito de la reflexión y el refrigerio espiritual se ayuda a veces mejor con una traducción cuyo texto tenga una disposición intuitiva y fácil de leer. Cuando se pretende una lectura cuidadosa o de estudio, que es la que nos interesa aquí, se debe reconocer que a veces los autores bíblicos no escribieron claramente: los textos originales contienen ciertas frases ambiguas o de difícil comprensión. En algunos casos los traductores tienen que hacer conjeturas sobre el significado. Pero deben escoger entre traducir literalmente y conservar la ambigüedad del original, o verter libremente y resolver la ambigüedad. Una traducción libre, pues, representa una elección por parte del traductor respecto a lo que él cree que significa un pasaje obscuro…, en realidad ha introducido un comentario en el texto traducido. Tal producto, aunque de fácil lectura, es más difícil para propósitos de estudio. Por ello recomiendo en general versiones relativamente literales.

Entre las traducciones al castellano de los últimos años podemoscitar cinco, que han tenido amplio eco y difusión:

Versión de E. Nácar Fuster y A. Colunga (Madrid, 1944), de amplísima difusión, escrita en un castellano muy legible y con notas de estilo tradicional.

La Biblia de Jerusalén (Barcelona, 1967, con sucesivas actualizaciones). Fue editada originalmente en francés. Con un buen aparato de notas y pasajes paralelos; la edición española de esta Biblia presenta una traducción de los textos a partir de los originales hebreo, arameo y griego, pero tiene en cuenta las lecturas de la versión francesa e incorpora sus notas.

Versión de J. M. Bover-F. Cantera (Madrid, 1947), de lenguajeun tanto duro y poco brillante, pero de excelente literalidad. Ha sido revisada profundamente en 1975 por M. Iglesias González en colaboración con G. Bravo, C. Carrete, N. Fernández-Marcos y A. Sáenz-Badillos. Tiene notas críticas al texto con lecturas variantes.

Casa de la Biblia (Madrid, 1967). Traducción que busca más la comprensión que el rigor; ha sido actualizada en 1988 (NT) Y 1991 (AT).

Nueva Biblia Española. Versión dirigida por L. Alonso Schokel y J. Mateas junto con un destacado grupo de escrituristas. Su castellano es excelente y tiene una moderna concepción de la traducción (dinámica) que busca acercar con todo rigor científico el sentido antiguo allengl!aje moderno. En 1987 apareció la traducción actualizada del NT de esta Nueva Biblia con introducciones y notas abundantes a manera de comentario teológico-literario condensado.

En general, de acuerdo con el propósito de cada uno (estudio, oración, lectura pública) debe escogerse cuidadosamente la versión. Ninguna traducción es perfecta, y los lectores pueden aprender mucho comparándolas entre sí.

Del libro “Introducción al Nuevo Testamento” de Raymond E. Brown

El Magnificat

El Pastor y la Biblia

Por Dietrich Bonhoeffer1

bonhoeffer.jpg Dietrich Bonhoeffer picture by AngloLuterano

Dietrich Bonhoeffer (4 de febrero de 1906 – 9 de abril de 1945)

El pastor se encuentra con la Biblia en un triple uso: en el pulpito, en su mesa de trabajo, y en el reclinatorio2. En estos tres lugares es esencial usarla correctamente. Para esto debe ser llevada a cabo una lucha. La Biblia es también para el pastor un libro bastante desdeñado. «Perdónanos nuestras deudas» ¡Aun por esto! Sostener esta lucha por el uso verdadero de la Escritura será la mejor teología. El protestante debe llegar a ser adulto en el trato con la Biblia.

El pastor sólo hace uso correcto de la Biblia cuando lo hace enteramente en este triple sentido. No puede usársela de una manera sin hacerlo de la otra. Nadie puede interpretar la Biblia en el pulpito si no lo ha hecho antes en el estudio y en el reclinatorio.

1. La Escritura en el pulpito

Este es su verdadero uso. Ella quiere ser interpretada como proclamación y así entrar en la congregación. El predicador es sólo su siervo y mandadero. En el pulpito, no la tiene para su propio uso: se hace usar a sí mismo por ella. Confía totalmente en la Escritura. Quiere que la Escritura encuentre su camino dentro de la congregación a fin de que ésta llegue a ser adulta en su uso. Esta es su tarea evangelística.

2. La Escritura en la mesa de estudio

El pastor debe saber, cuando tiene la Biblia en la mano, con qué está tratando. Se trata del conocimiento de la verdad. Para ello deben tenerse en cuenta las siguientes consideraciones:

a) La Biblia es el libro en el cual está conservada la Palabra de Dios hasta el fin de todas las cosas. En esto es diferente a todo libro. Esta consideración no debe descuidarse en ninguna tarea con ella.

b) De este libro ha sacado la Iglesia durante dos mil años el conocimiento de la verdad. En primer lugar nosotros mismos no la leemos correctamente. De esto no siempre se ha podido defender la teología liberal. La Reforma y la iglesia antigua son más poderosos intérpretes que nosotros.

c) Este libro ha consolado y ha guiado hacia Dios a millones. Bien se puede decir que cada una de sus palabras ha hecho y posee su propia historia en la cristiandad. La crítica debe cuidarse bien de no escandalizar tan fácilmente a la congregación.

d) El conocimiento de la Escritura no debe servir para la fama y el orgullo. Es mejor un espíritu humilde que un espíritu inteligente. Estudiamos las Escrituras en representación de la congregación del Cristo. Lo hacemos a fin de poder predicarla y orar mejor. La lectura rápida y precipitada es indigna e inconveniente. Es necesario un conocimiento profundo y amplio de la Escritura. Esto lo enseñan los padres de la Iglesia, Agustín, Lutero y los reformadores. Esto lo

1 Teólogo y predicador alemán, fue ahorcado el 9 de abril de 1945, a los 39 años de edad, por sus actividades en la resistencia al régimen «nazi». Sus escritos sobre temas teológicos y pastorales están alcanzando cada vez más popularidad. Lo que publicamos son notas de un curso de homilética que dictó en el semestre 1936/37, en Finkenwalde (véase El Predicador Evangélico, N° 75, p. 186). Están tomadas de las Obras Completas, editadas por su amigo E. Bethge (Gesalmmelte Schriften, vol. IV. pp. 255-257). Tradujo Carlos Va’le.

2 Se trata del mueble usado para las oraciones personales que muchos pastores usaban y tenían en sus escritorios.

enseñan nuestros abuelos. Lutero leía el Antiguo Testamento dos veces por año y el Nuevo Testamento con más frecuencia. Las mejores horas del día deben ser dedicadas al estudio de las Escrituras, como así también a la oración. El conocimiento de la Escritura es necesario para el trabajo en la congregación; no sólo para la predicación, sino también junto al lecho de muerte, con los enfermos, los intranquilos, los desesperados y los orgullosos. En la cura de las almas (Seelsorge) se nos enfrenta el diablo mismo. Y no podemos enfrentarlo de otra manera que con la Palabra. El conocimiento de la Escritura debe servirnos en las afirmaciones que sustentamos pública y teológicamente. Debemos poder dar comprobaciones con la Escritura. Sólo esto es suelo firme. De lo contrario fundamentamos teorías con la vida y no con la Palabra. Historias sensacionales no cimentan ninguna verdad. Los argumentos decisivos para la Iglesia vienen de la Escritura. La posición política eclesiástica de cada acto de los consejos de la hermandad (Bruderráte), las comisiones examinadoras, los seminarios teológicos3. A todo teólogo le llega el momento en que debe atenerse completamente sólo a la Escritura delante de la cual es responsable, y no ya a sus maestros. Nadie debe permanecer a los pies de ningún maestro. Esto es diferente para el sacerdote católico. El pastor evangélico es responsable delante de la Escritura. Debe poder dar la comprobación bíblica. Para ello debe ser un adulto. Los sectarios nos colocan en apuros cuando nos enfrentamos con ellos en la lucha, por su abuso de la comprobación bíblica. Generalmente conocen la Biblia mejor que nosotros. Empero necesitamos del mejor conocimiento, tanto del detalle como de la totalidad de la Escritura. El estudio de la Escritura pertenece al trabajo diario, también cuando se presentan los impedimentos más urgentes. Justa-mente lo más probable es que esto ahorre tiempo.

3. La Escritura en el reclinatorio

Este mueble ha desaparecido de nuestro despacho pastoral. Lutero lo poseyó. El predicador intérprete debe estar basado él mismo en la Escritura. Debe tomarse el tiempo para la meditación sobre la Escritura, en oración. La Palabra debe hablarle a él mismo, no solamente darle algo para usar con otros. Hechos 6:2-4 «proseuje» (oración) y «diakonía toulógou» (servicio de la Palabra). El pastor debe orar más que la congregación. Tiene también más motivos. Necesita afirmación en la fe e iluminación en el conocimiento. La meditación de la Escritura en oración le proporciona el mejor suelo donde asentar sus pies. Hace ciertas sus súplicas. Necesita este refugio cuando ya no sabe qué hacer y el diablo le quiere arrancar la fe del corazón. Lo necesita para cada hora decisiva. Necesita la meditación en la Escritura cuando se le hace imposible orar. Le impulsa hacia la cruz que Cristo cargó y le coloca con sus sufrimientos y aflicciones, en la correcta relación para con ella. Cada día debe comenzar con la meditación en la Biblia. Antes de encontrarnos con los hombres debemos habernos encontrado con Cristo. Antes que resolvamos algo, debe haber estado delante de nosotros primero su resolución. Esta meditación sobre la Escritura es un trabajo y no una divagación. No se trata de pensar nuevos y grandes pensamientos, sino simplemente de oír los antiguos pensamientos y recordarlos y guar-darlos en el corazón. No tenemos ningún derecho ni pretensión a que en una lectura en oración captemos algo especial. No esperamos experiencias ni vivencias especiales. Sólo tenemos la orden de hacer este servicio. Dios quiere que su Palabra sea leída y orada. A El encomendamos lo que hará de ello. Al pastor sólo le toca ser fiel y obediente.

3 La Iglesia Confesante siguió examinando y formando predicadores a pesar de la expresa prohibición del Estado en el verano de 1937.

Prefacio Al Nuevo Testamento

Dr. Martín Lutero

1522

Sería justo y apropiado que este libro se publicase sin prefacio v nombre ajeno alguno y sólo llevase su propio nombre y que hablase por sí mismo. Mas ya que, por interpretaciones y prefacios fantásticos, se ha confundido la mente de los cristianos de tal modo que casi ya no se sabe lo que significa evangelio o ley, Nuevo o Antiguo Testamento, se hace necesario poner una indicación o prefacio para librar al hombre sencillo de su anterior error, conducirlo al camino recto v enseñarle qué puede esperar de este libro, a fin de que no busque mandamientos y leyes donde debe buscar el evangelio y promesa de Dios.

Por lo tanto, es preciso saber primeramente que debemos abandonar el error de que hay cuatro evangelios y sólo cuatro evangelistas. Tenemos que rechazar la idea de algunos que dividen los libros del Nuevo Testamento en «legales, historiales, profetales y sapienciales». Creen con ello —no sé cómo— comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo.

Por el contrario, debemos sostener enfáticamente que, así como el Antiguo Testamento es un libro en el cual están escritas las leyes y mandamientos de Dios y además la historia de los que han observado las leyes y los que no las han observado, así el Nuevo Testamento es un libro en que están escritos el evangelio y las promesas de Dios, además de la historia de los que los creen y los que no las creen. Por lo tanto, debemos tener la seguridad de que hay un solo evangelio, como también un solo libro del Nuevo Testamento y una sola fe y solamente un Dios que hace la promesa.

Evangelio es palabra griega, y significa buena nueva, buena noticia, buen informe, buen relato, del cual se canta y se habla con alegría. Por ejemplo, cuando David venció al gigante Goliat, se difundió entre el pueblo judío la buena noticia y el relato consolador de que su terrible enemigo había sido abatido y que ellos habían sido redimidos, quedando en alegría y paz, por lo cual cantaron, bailaron y estuvieron alegres. Este evangelio de Dios y Nuevo Testamento es una buena nueva y noticia, difundida por los apóstoles en todo el mundo, acerca de un verdadero David que luchó contra el pecado, la muerte y el diablo y los venció, por lo cual todos los que estaban cautivos de los pecados, torturados por la muerte y subyugados por el diablo fueron redimidos por él, sin méritos propios, justificados, vivificados y salvados, y con ello puestos en una relación de paz y reconciliación con Dios. Por tanto, cantan, dan gracias a Dios, lo alaban y se regocijan eternamente, si es que lo creen firmemente y permanecen constantes en la fe.

Este relato y nueva consoladora, o noticia evangélica y divina, se llama también Nuevo Testamento, por la siguiente razón: Como ocurre con un testamento en el que un hombre moribundo lega sus bienes para ser repartidos después de su muerte a los herederos por él nombrados, así también Cristo, antes de su muerte, mandó y ordenó que este evangelio fuera proclamado después de su muerte en todo el mundo, concediendo a todos los que creen la posesión de todos sus bienes. Esto incluye su vida, con la que superó la muerte; su justicia, con la que anuló el pecado; y su salvación, por la cual venció la condenación eterna. Ahora el pobre hombre cautivo del pecado, de la muerte y del infierno, no puede oír nada más consolador que este mensaje precioso y consolador de Cristo, y se gozará y se alegrará en lo más profundo de su corazón, si cree que es verdad.

Así pues, para fortalecer esta fe Dios ha prometido de muchas maneras este su evangelio y testamento en el Antiguo Testamento por medio de sus profetas, como dice Pablo en Romanos 1 3: «He sido apartado para predicar el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, que le nació de la simiente«, etc. Para citar algunos pasajes: Lo prometió por primera vez cuando dice a la serpiente en Génesis 3: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar«. Cristo es la simiente de esta mujer quien pisoteó al diablo la cabeza, es decir, el pecado, muerte e infierno y todo su poder. Pues sin esta simiente nadie puede escapar del pecado, de la muerte y del infierno.

Asimismo, en Génesis 22, Dios prometió a Abraham: «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra«. Cristo es la simiente de Abraham, como dice San Pablo en Gálatas 3. Éste ha bendecido a todo el mundo por el evangelio. Pues donde no está Cristo, ahí está aún la maldición que recayó sobre Adán y sus hijos cuando aquél pecó, a saber, que todos han de ser culpables y sometidos al pecado, la muerte y e] infierno. Frente a esa maldición, el evangelio bendice ahora a todo el mundo proclamando públicamente: Quien cree en este descendiente de Abraham, será bendito, es decir, librado del pecado, muerte e infierno, y quedará justificado, vivo y salvo para siempre, como dice Cristo mismo en Juan 11: «Todo aquel que cree en mí, no morirá eternamente«.

Asimismo lo prometió a David en 2ª Samuel 17: «Levantaré después de ti a uno de tu linaje; éste me edificará una casa, y afirmaré su reino por siempre. Yo le seré a él por padre, y él me será por hijo«, etc. Este es el reino de Cristo, del cual habla el evangelio, un reino eterno, un reino de vida, de bienaventuranza y de justicia, donde llegan desde la cautividad del pecado y de la muerte todos los que creen. Hay muchas otras promesas del evangelio también en los demás profetas, por ejemplo en Miqueas 5: «Pero tú, Belén, eres pequeña entre las millares de Judá; de ti me saldrá aquel que será un conductor de mi pueblo de Israel«. Además, Oseas 13: «De la mano de la muerte los redimiré, los libraré de la muerte«.

Vemos, pues, que no hay más que un solo evangelio, como hay solamente un Cristo, ya que el evangelio no puede ser otra cosa que una predicación de Cristo, Hijo de Dios y de David, verdadero Dios y verdadero hombre quien, con su muerte y resurrección, venció por nosotros el pecado, la muerte y la condenación eterna de todos los hombres que creen en él. Así pues, el evangelio puede ser un mensaje breve o extenso. Uno puede describirlo en forma más concisa, otro en forma extensa. Lo describe con amplitud el que relata muchas obras y palabras de Cristo, como lo hacen los cuatro evangelistas. Lo describe con brevedad el que no narra las obras de Cristo, sino que indica brevemente cómo por su muerte y resurrección venció el pecado, la muerte y el infierno para aquellos que creen en él. Así lo hacen Pedro y Pablo.

Por lo tanto, procura no hacer de Cristo un Moisés, ni del evangelio un compendio de leyes y doctrinas, como se ha hecho hasta ahora, y como lo dan a entender también ciertos prefacios, incluso el de San Jerónimo. Pues el evangelio realmente no exige nuestras propias obras para que por ellas lleguemos a ser justos y salvos; por el contrario, condena tales obras exigiendo sólo la fe en Cristo, es decir que él venció por nosotros el pecado, la muerte y el infierno, y por lo tanto nos da justicia, vida y salvación, no por nuestras obras, sino por sus propias obras, muerte y sufrimiento, a fin de que aceptemos su muerte y victoria como si nosotros mismos hubiésemos muerto y vencido.

Es cierto que, en el evangelio, Cristo, y además Pedro y Pablo, dan muchos mandamientos y enseñanzas e interpretan la ley. Pero esto debemos colocarlo en el mismo nivel que las demás obras y beneficios de Cristo. Conocer sus obras y su historia no significa todavía conocer el verdadero evangelio, pues con ello todavía no sabes que él ha vencido el pecado, la muerte y al diablo. Así, aún no tienes conocimiento del evangelio cuando conoces esas doctrinas y mandamientos, sino cuando viene la voz que dice: Cristo es tuvo con su vida, enseñanzas, obras, muerte y resurrección, y con todo lo que es, tiene, hace y puede.

Vemos también que él no compele, sino que invita amistosamente diciendo: «Bienaventurados los pobres«, etc. Y los apóstoles emplean las palabras «exhorto«, «suplico«, «ruego«, de modo que se ve en todas partes que el evangelio no es un código, sino que es una prédica de los beneficios de Cristo, ofrecidos y concedidos a nosotros en propiedad, si creemos. Moisés, en cambio, en sus libros compele, apremia, amenaza, golpea y reprende terriblemente, porque es un hombre que promulga e impone leyes.

De ahí que al creyente no se le ha dado ninguna ley por la cual pueda hacerse justo ante Dios, como dice san Pablo en 1ª Timoteo 1, ya que se justifica, vivifica y salva por la fe. No tiene necesidad de otra cosa que demostrar esa fe.

En efecto, cuando hay fe, no se puede contener, se manifiesta, confiesa y enseña ese evangelio ante la gente, aun a riesgo de su vida. Toda su vida y acción está encaminada al beneficio de su prójimo, para ayudarle: no sólo a alcanzar también esa gracia, sino también en cuerpo y bienes y honra, como ve que Cristo procedió con él, imitando así su ejemplo. Esto es también lo que enseña Cristo cuando, a la postre, no dio otro mandamiento que el amor, por el cual se reconocería a quienes son sus discípulos y verdaderos creyentes. Pues cuando no se hacen manifiestas las obras y el amor, la fe no es genuina, el evangelio no se ha arraigado, y aún no se conoce a Cristo en su verdadero alcance. Así es como debes aproximarte a los libros del Nuevo Testamento, para que sepas leerlos de esta manera.

Cuáles son los libros verdaderos y más nobles del Nuevo Testamento De lo dicho puedes formarte un juicio claro de todos los libros y distinguir cuáles son los mejores. El Evangelio de Juan y las Epístolas de San Pablo, especialmente la que escribió a los romanos, y la Primera Epístola de San Pedro son la verdadera sustancia y médula de todos los libros. Con justa razón debieran ser los primeros; y sería recomendable que todo cristiano los lea en primer lugar y con mayor frecuencia, y que por la lectura diaria los haga tan suyos como el pan cotidiano. En éstos no se describen muchas obras y milagros de Cristo, pero se destaca magistralmente cómo la fe en Cristo vence el pecado, la muerte y el infierno, y otorga vida, justicia y bienaventuranza. Esta es la verdadera índole del evangelio, como has oído.

Pues si alguna vez tuviera que prescindir de una de las dos, de las obras o de la predicación de Cristo, preferiría carecer de las obras y no de la predicación. Las obras no me ayudarían para nada, pero las palabras dan vida, como él mismo dice. Por cuanto Juan escribe muy poco de las obras de Cristo y muchísimo de su predicación, mientras que los otros tres evangelistas escriben mucho de sus obras y poco de sus palabras, es el evangelio de Juan, en particular, el evangelio sublime, verdadero y principal, que se debe preferir mucho más y anteponer a los otros tres. También las epístolas de San Pablo y de San Pedro superan en mucho a los tres evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.

En resumen, el Evangelio de San Juan y su Primera Epístola, las epístolas de San Pablo, principalmente las que escribió a los romanos, a los gálatas y a los efesios, y la primera de San Pedro, son los libros que te muestran a Cristo y te enseñan todo lo que te es necesario y saludable saber, aun cuando no veas u oigas ningún otro libro ni doctrina alguna. Por esa razón, la epístola de Santiago es en comparación con ellas, una epístola sosa, porque no tiene nada de índole evangélica. Pero de esto hablaré en otros prefacios.